Jesús nos habló por medio de parábolas. En vez de grandes discursos, mostró a las gentes de Galilea aquello que sucedía a su lado. Galilea es una tierra muy fértil, con agua del lago de Tiberiades y con calor. Ideal para la agricultura. Por eso les exponía la palabra, acomodándose a su entender.
La primera parábola que nos narra el evangelio de Marcos, es la parábola del sembrador, que echa la semilla en la tierra y esta va creciendo ella sola. La tarea del sembrador es solamente sembrar.
Estas parábolas nos enseñan que en nuestra vida hemos de estar preparados para ser la buena tierra en la que crezca esa palabra, esa vida que Jesús ha puesto en nosotros y que ha “regado” con el agua del bautismo y con el agua que sale de su costado cuando, por su amor hacia nosotros, da su vida en la cruz. Dejar que la semilla se haga espiga y que de fruto abundante; que pase de ser la semilla más pequeña que de lugar al árbol donde se cobijan las aves del cielo, donde todos puedan encontrar la presencia amorosa de Jesús que nos espera y que nos cuida.
Y otra enseñanza es el que sembremos la mejor de las semillas, la Palabra De Dios, en el corazón de los que están a nuestro lado. No crece el primer día, pero irá germinando y acabará dando fruto. No caigamos en la tentación que nada más sembrar hemos de recoger el fruto. Deja que Dios nos de tiempo para que crezca.
